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TRANQUILAS, ¡LAS VEGANAS ESTAMOS BIEN!

Feministas antiespecistas derribamos mitos a propósito del Día del Internacional del

Veganismo


El primero de noviembre de cada año celebramos el Día Internacional del Veganismo y en esta oportunidad, desde la Escuela de Estudios Feministas de Cali, Esfemica, queremos extenderles a las mujeres caleñas, colombianas y del mundo una invitación sorora y affidada para que nos cuestionemos, una vez más, las relaciones de poder opresivas que en el patriarcado capitalista son tejidas entre seres humanos y entre seres humanos y no humanos.


Sexismo y especismo, una dupla con mucho en común


Somos nosotras, las mujeres, quienes resultamos oprimidas en las relaciones de poder jerárquicas entre mujeres y hombres en el patriarcado. Las feministas sabemos que los cuerpos de las mujeres son considerados mercancía y que nuestra sexualidad, al igual que nuestra capacidad reproductiva, es explotada en pro de una supuesta conveniencia o beneficio social, que si analizamos detenidamente en realidad sirve a la protección del privilegio masculino.


Pero no todas las feministas hemos pensado las relaciones de poder entre seres vivientes más allá de la humanidad. Hacerlo es fundamental, puesto que nos es revelado que las mujeres, colectivamente, ocupamos otro lugar, uno más privilegiado, en las relaciones de poder que formamos con animales de especies distintas a la humana.


Plantearse la posibilidad de que las mujeres colectivamente, incluso las feministas, estemos participando de la opresión de otros y otras sin duda puede parecernos chocante. Sin embargo, es preciso recordar que el patriarcado es también antropocéntrico1, y que por lo tanto la completitud de cada ser es mayor en tanto más parecido sea al macho, por supuesto, de la especie humana.


Si su sexo biológico hace a las mujeres seres humanos incompletos, la falta de humanidad de los demás animales los pone aún más lejos del macho humano, que es la medida de las cosas. Es decir, en la jerarquía patriarcal antropocentrista el animal no humano está por debajo de los hombres y las mujeres humanas. Esto se traduce para las y los humanos, en la

práctica, en la adopción de un sistema de valores que le concede más valor a la vida humana que a la no humana: el especismo.


Desde la perspectiva del especismo es legítimo que las y los humanos usemos a los animales no humanos para satisfacer nuestras necesidades y deseos en tanto especie. Pero es cuando el patriarcado y el especismo se juntan con el capitalismo que advertimos la dimensión de la tragedia que implica para los animales no humanos, especialmente para las hembras no humanas, ser despojadas y despojados de su capacidad de sentir y ser ubicados y ubicadas como medios para un fin.


Comer animales: disonancia cognitiva


Las personas humanas hemos hecho uso de los animales no humanos a lo largo de toda la historia, en todas las culturas. Los hemos usado como alimento, para vestirnos, para hacer nuestro trabajo más sencillo, para entretenernos, para que nos provean seguridad, amor.


El antiespecismo, como forma de lucha que visibiliza el sesgo especista en nuestras decisiones individuales y colectivas como humanas y humanos2, ha venido logrando incidencia en las decisiones políticas de las personas y comunidades humanas alrededor del

mundo, de manera que algunas formas de explotación animal han perdido popularidad y con ello el respaldo social, cultural y político que les otorgaba legitimidad. En Colombia es

el caso, por ejemplo, de las corridas de toros o las peleas de gallos.


Otras formas de explotación de los animales no humanos, no obstante, aún hoy cuentan con

importante apoyo social, político y económico. Tal vez la industria que más vehicula la opresión de los animales no humanos en el mundo es la que se lucra de vender su cuerpo y

sus secreciones como alimento para personas humanas.


En esta jerarquía las peor libradas resultan ser ciertas especies de animales, los tradicionalmente llamados “de granja”. Entre vacas y toros, cerdas y cerdos, gallinas y gallos, a menudo la cantidad de hembras es desproporcionadamente mayor a la de machos.

Las consecuencias del relacionamiento humano con estas especies desde la mirada antropocéntrica y sexista de su modo de vida se hace evidente, y la condena al sometimiento de vacas, cerdas, gallinas y otras hembras explotadas reproductivamente comienza a parecerse a la mala suerte de las mujeres.


Mantener el hábito humano de comer animales considerando el éxito reproductivo de la especie humana nos ha llevado al punto de desarrollar complejos industriales para reproducir, criar, explotar, torturar y asesinar vacas, gallinas, pollos y pollas, cerdos y cerdas, ovejas y ovejos, entre muchos otros animales. Estos lugares permanecen lejos de nuestros centros poblados y fueron construidos para que los animales no sean visibles —mientras están cautivos, sufren, pierden la vida y son desmembrados— ni audibles.


Señalar la distancia, el desconocimiento y el desinterés de humanos y humanas por reconocer la explotación de los animales que consumimos produce en algunas personas un

malestar conocido como disonancia cognitiva.


Sin disonancia cognitiva sería imposible para nosotras y nosotros separar el trozo de carne en nuestro plato de la muerte del animal del que viene, la leche en nuestras neveras del sufrimiento del ternero separado de su madre y privado de su alimento y el huevo en nuestros desayunos de la alteración en el curso vital de pollos, pollas, gallinas, gallos y otras aves.

Ética feminista, antirracista y antiespecista


Muchas feministas, ahora también antiespecistas, creemos que otra realidad es posible. Hemos dejado de consumir productos con ingredientes de origen animal como forma de renunciar a demandar la explotación de animales no humanos, especialmente hembras, cuyo cuerpo y secreciones son consideradas alimento en nuestra cultura patriarcal, capitalista, racista y especista. En otras palabras, hemos adoptado el veganismo como parte

de nuestra ética feminista. Nos hemos rebelado contra el mandato de dominación masculina gracias al feminismo, ahora le damos la espalda al especismo al negarnos a tratar a otras y otros animales como esclavas y esclavos.


La confluencia entre feminismo, antirracismo y antiespecismo se ha venido nutriendo con el paso de los años. Sufragistas británicas del siglo XIX como Anna Gvinter y Margaret C. Clayton se declararon vegetarianas (Navarro García, s.f). En el marco de la lucha por la abolición de la discriminación racial en el espacio público durante los años cincuenta del siglo XX en Estados Unidos, afrofeministas como Rosa Parks y Coretta Scott King se convirtieron al vegetarianismo buscando ser coherentes con el discurso de la no violencia promovido por el movimiento negro (Navarro García, s.f).


Dolores Huerta, activista hispana, feminista y sindicalista estadounidense, tomaría la decisión de hacerse vegetariana en los años sesenta, y más tarde, en los años setenta —y durante su estancia en la cárcel—, la activista afrofeminista Angela Davis llegaría a la conclusión de que solo una vida vegana le permitiría dejar de participar en la explotación de otras y otros (Navarro García, s.f).


El feminismo radical de los años setenta y ochenta en Estados Unidos se preguntó por las relaciones de opresión y servidumbre que tejemos como personas humanas con individuos de otras especies. Al igual que para Angela Davis y Carol J. Adams —autora de La política sexual de la carne (1990)—, el veganismo apareció para muchas otras feministas como la única manera de aspirar a un mundo que reconociera y honrara la sintiencia animal, que detuviera la demanda de la explotación reproductiva de las hembras y la oferta de cuerpos de animales asesinados.


¿Por qué veganismo y no vegetarianismo?


De acuerdo con Fernández y Parada (2022), la primera definición de veganismo fue propuesta por Leslie J. Cross, miembro de la Sociedad Vegana del Reino Unido, en 1950. Así fue publicada en la revista The Vegan, de la misma organización: “la búsqueda del fin del uso de los animales por parte de los hombres para alimento, productos, trabajo, caza, vivisección y para todo el resto de usos que impliquen la explotación de la vida animal por el hombre” (Vegan Society, 2014, citada en Fernández y Parada, 2022, p.6).


A diferencia de las múltiples dietas o regímenes alimenticios que una persona humana puede adoptar buscando un beneficio personal, el veganismo como apuesta política pretende proteger el derecho de los animales no humanos a vivir su propia vida. Es posible que muchas personas veganas hayan dejado de alimentarse con productos de origen animal

y hayan notado mejoras en su salud, o se sientan mejor respecto a la deforestación de los bosques por la industria de la ganadería; pero lo cierto es que el motivo por el que una persona se hace vegana es para dejar de causarle sufrimiento a seres indefensos que quieren vivir.


En nuestra cultura conocemos como vegetariana a la persona que no se alimenta de carne de origen animal y como vegana a la que no se alimenta de carne de origen animal, tampoco de sus secreciones (leche, huevo, miel), ni hace uso de ninguna otra parte de su cuerpo, cualquiera que sea la finalidad (vestimenta, experimentación, entretenimiento, etcétera)3.


La elección radical por eliminar todos los productos con ingredientes de origen animal de nuestros hábitos de consumo es más que un intento desesperado por demostrar superioridad moral. En realidad es la consecuencia lógica de atreverse a analizar las relaciones de poder que como humanidad hemos construido colectivamente con los animales no humanos y entender que seguir explotándolos es criminal e insostenible y debemos parar.

Derribar mitos antiveganos centrales


Muchas de nosotras, al momento de transitar hacia el veganismo, nos enfrentamos a un sinnúmero de presiones sociales antropocéntricas, de los medios y discursos patriarcales y capitalistas, del discurso hegemónico de la nutrición y la salud humana. Por eso consideramos vital compartir con ustedes algunos de los principales aprendizajes a los que hemos llegado en nuestra búsqueda activa de verdad, fruto tanto de la investigación teórica

como de la experiencia vivida.


Uno de los principios misionales de Esfemica es luchar por la abolición del especismo en tanto sistema de opresión. Así que para nosotras es imprescindible pronunciarnos en contra de las campañas de desinformación que han creado las industrias que se lucran con la explotación de animales no humanos para convencer a las y los consumidores humanos de que explotar a otras especies es necesario, inevitable, natural.


De acuerdo con el discurso de industrias que explotan los cuerpos de vacas, cerdos, pollos y peces para producir carnes, leches o huevos, el veganismo vendría siendo antinatural, extremo, poco saludable e inasequible. Cada justificación para comer animales o sus secreciones corporales está construida sobre una suposición que en buena parte de los casos resulta ser fruto del prejuicio.


Estos mitos a menudo son traídos a colación por personas no veganas con la intención de deslegitimar a los y las veganas cuando tocamos el tema de la explotación de los animales no humanos. Es por ello que a partir de ahora y semanalmente desentrañaremos los más sonados mitos alrededor del veganismo y explicaremos en qué reside su falsedad.


Si eres vegana aquí aprenderás algunos argumentos que puedes usar a tu favor; si no eres vegana aprenderás, por ejemplo, por qué los huevos de gallina y la leche de vaca no son productos tan “naturales” ni libres de crueldad como quisiéramos creer.


Si te gustó esta introducción a los mitos antiveganos desde una mirada feminista y antiespecista, reacciona a esta publicación y compártela con tus amigas. Haznos saber qué opinas, estaremos felices de escucharte. Nos vemos en la próxima con el MITO ANTIVEGANO N°1: Las gallinas producen huevos naturalmente, al comerlos no se daña a nadie. ¡Hasta entonces!


 

Notas al pie

  1. Así como en el androcentrismo la perspectiva y experiencia de los varones está en el centro, en el antropocentrismo la perspectiva y experiencia humana es lo principal.

  2. Podríamos hacer el paralelo con el feminismo como forma de lucha que visibiliza el sesgo sexista en nuestras decisiones individuales y colectivas como sociedad humana.

  3. En realidad, cuando se habla de productos con ingredientes de origen animal, las personas veganas comprenden —como es lógico— que se trata de productos que provienen de la explotación animal.

 

Referencias


Fernández, L., & Parada Martínez, G. (2022, mayo). El veganismo no es una dieta. Una revisión crítica antigordofóbica y antiespecista del ‘veganismo de estilo de vida’. Animal Ethics Review, 2(1), 44-59. https://www.upf.edu/documents/3399181/257100665/Fernandez+y+Parada+AER2_

compressed.pdf/ab536e5f-386b-540d-b2ec-8b71757e81da


Navarro García, M. (2018, agosto 7). La causa transversal de las mujeres que mueven el mundo [“Compilación que tiene como fin dar cuenta de cómo diversas compañeras feministas se han vinculado con el antiespecismo, incluso desde el siglo pasado”]. In Feminismo antiespecista. Cuando las opresiones se tocan. Issuu. Retrieved noviembre 31, 2022, from https://issuu.com/editorialmariquita/docs/feminismo_antiespecista


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